Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar en Estados Unidos una intensa lucha de clases entre los trabajadores y el capital y esta es una parte importante de la historia de América en el conflicto. Esta lucha de clases se desarrolló en el frente interno americano y sus escaramuzas y batallas consistieron en mil y una huelgas, pequeñas y grandes. Pero en esta guerra no se enfrentaban americanos "buenos" contra alemanes y japoneses "malos", sino que adquirió la forma de una guerra civil social entre los propios americanos. De este conflicto no saldrían claros vencedores o vencidos, ni terminó con ningún armisticio. Extraña un poco que Hollywood nunca haya dedicado una película o que el país no haya erigido alún monumento a la memoria de este dramático e importante conflicto, que fue doloroso y que aún pervive. Igualmente es común y frecuente que la mayoría de los textos de historia de la guerra prefieran limitarse a contar las batallas que se libraron en lejanos lugares [...].
La Élite de Poder de América aprendió dos lecciones importantes durante la guerra. La primera, que la explosión económica de los años cuarenta podía suponer elevados beneficios, pero también un virtual pleno empleo, y esto daba al mundo laboral ventaja en sus relaciones con el capital, elevaba las demandas de los trabajadores, reforzaba la posición de los sindicatos durante la negociación colectiva y convertía la huelga en un arma extremadamente efectiva en manos de los empleados. Desde entonces, los patronos de América y del resto del mundo habían descubierto una fórmula infinitamente más ventajosa para ellos, que era mantener una casi permanente crisis económica que, bien manejada, combinara los elevados beneficios con los altos niveles de desempleo, o con contratos a tiempo parcial y/o de corto plazo, pobremente remunerados. En tales situaciones el poder de negociación está solamente del lado de los patronos, los sindicatos pierden influencia, la huelga no se contempla y los trabajadores pueden considerarse afortunados si son capaces de encontrar durante unos meses un trabajo a tiempo parcial, volteando hamburguesas, por suspuesto con un salario mínimo y sin ningún beneficio social. [...]
A causa de su experiencia durante la guerra, las élites económicas no son partidarias de los elevados niveles de empleo. Esto se refleja en el comportamiento de los inversores americanos (y del resto del mundo) de hoy: cuando el nivel de desempleo decrece se ponen nerviosos y en Wall Street las cotizaciones bajan; por el contrario, el termómetro del Dow Jones tiende a subir cuando el nivel de desempleo aumenta, porque esto último es más ventajoso para los negocios. (Un razonamiento que se cita con frecuencia es que el empleo creciente crea presión para elevar los salarios. Algo que se supone que es perjudicial para "la economía" porque es "inflacionario"; por otro lado los elevados beneficios nunca se perciben como "inflacionarios"). A la vista de esto puede comprenderse que el gobierno americano, cuya primera razón de ser es defender los intereses de los empresarios, haga que apoya el pleno empleo como un ideal teórico, pero nunca apoye este ideal como práctica política.
En esta generalmente ignorada lucha de clases que sacudió el frente interno norteamericano en los años cuarenta, la Élite de Poder aprendió otra lección trascendental: que la huelga y otras acciones colectivas constituían el arma más efectiva disponible para los trabajadores. Precisamente por esto las películas de Hollywood sugieren una y otra vez que los problemas se resuelven mejor mediante heroicas acciones individuales, en contraste con la supuesta apatía e ineficacia de las masas; en las llamadas "películas de acción" todo se centra siempre en acciones individuales, nunca en accines colectivas. De esta forma se busca ir minando, entre los que podrían beneficiarse de ello, el interés y la confianza en las acciones colectivas, que causaron fuertes dolores de cabeza a la Elite del Poder durante la guerra.
También se lanzó una ofensiva contra la acción colectiva a nivel intelectual. En un influyente libro publicado por la prestigiosa editorial de la Universidad de Harvard en 1965, el economista Mancur Olson asocia la acción colectiva de los sindicatos con la coacción y la violencia, refiriéndose especialmente al crecimiento de los sindicatos y al éxito de las huelgas y otras formas de acción colectiva durante la Segunda Guerra Mundial. El libro de Olson continúa estudiándose hoy día en las universidades americanas y es un texto recomendado en os cursos de administración de empresas, de ciencias políticas y de teorías de la organización. [...]
Extraído de "El mito de la guerra buena. EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial", de Jacques R. Pauwels.
lunes, 26 de octubre de 2009
miércoles, 21 de octubre de 2009
Historia de una multinacional.
Cuando hace unos meses se derroco militarmente (golpe de estado) al presidente electo Manuel Zelaya, en los altos rascacielos de Cincinatti los buitres sonreían y respiraban mejor, ya que la situación en Tegucigalpa les ahogaba el negocio.
En su corte de Camelot, en la gran mesa cuadrada de la sala del consejo corporativo de Chiquita Banana, los devoradores de humanos criticaban mordazmente al gobierno en Tegucigalpa por haber aumentado el salario mínimo en un 60% en su ultima reforma laboral.
Las nuevas reglas del juego afectaban directamente a los beneficios de Chiquita, ya que la empresa debía hacer frente a unos costes superiores a los que la firma tiene en Costa Rica (20 centavos de dólar más para producir una caja de ananás y diez centavos más para producir una caja de plátanos, para ser exacto). Todo esto se traduce en perdidas millonarias, ya que la compañía produce unas 8 millones de cajas de ananás y 22 millones de cajas de plátanos por año.
El plan de actuación de Chiquita fue la apelación al Consejo Hondureño de Empresa Privada, cuyo presidente, Almícar Bulnes, amenazó con bonitas palabras al gobierno de Zelaya instándolo a abandonar la reforma para que los empresarios del sector privado no se viesen obligados a efectuar recortes laborales, es decir, despidos en masa, y sumir al país en el mas crudo desempleo.
Este consejo (COHEP) agrupa a unas 60 asociaciones empresariales y cámaras de comercio que representarían todos los sectores de la economía hondureña y afirma con total rotundidad en su sitio web: “... brazo político y técnico del sector privado hondureño, apoya los acuerdos de comercio y suministra apoyo crítico para el sistema democrático.” Estos mismos héroes que velan por la integridad y seguridad del sistema democrático aconsejaron a la Comunidad Internacional no imponer sanciones económicas contra el régimen golpista para no empeorar los problemas sociales en Honduras. Para mas INRI, Bulnes expresó su apoyo al “gobierno” de Roberto Micheletti y argumentó que las condiciones políticas no son propicias para la vuelta del presidente Zelaya.
No sorprende en absoluto la injerencia de la empresa Chiquita en la política de los países centroamericanos, como tampoco asombra su alianza con las fuerzas sociales mas retrogradas, fieles a la política neoliberal del imperio. Esta historia caballeros, no es nueva.
Nuestra gran multinacional no siempre ha tenido este praenomen tan gracioso e inofensivo. En sus inicios ( principios del siglo XX) tuvo nombres que quizá suenen mas a los lectores: United Fruit Company – United Brands. Dirigida por “The Banana Man” (Sam Zemurray) la empresa comenzó a dar sus primeros pasos en el negocio de los plátanos a principios del siglo pasado. El señor Zemurray, Aristófanes moderno, se hacia con el control de 263.000 hectáreas, cuarta parte de las tierras cultivables hondureñas, así como carreteras y ferrocarriles. Para saber como la United Fruit expropió suelo hondureño solo tenemos que recurrir a la lacónica frase de su presidente: “En Honduras, una mula cuesta más que un miembro del parlamento”.
En Guatemala, en 1954, la corporación apoyó económica y políticamente el golpe de estado con guión, dirección y producción de los estudios de la CIA. El presidente Jacobo Arbenz, peligroso por sus planteamientos de reforma agraria, fue derrocado; Guatemala desembocaba así en treinta largos años de guerra civil y crisis política.
También bajo el espléndido sol del mar caribe la United Fruit prestaba barcos a exiliados cubanos respaldados por la CIA para derribar la floreciente Revolución cubana en Playa Girón.
Tan solo once años después para celebrar su cambio de rostro (se rebautiza la empresa en 1972: United Brands) colocó en el trono hondureño al general López Arellano. Acto seguido,la Empresa soborna al dictador con unos 2.5 millones de dólares para que reduzca los impuestos sobre la exportación de frutas. Este hecho, denominado “Bananagate”, le costaría a la multinacional la denuncia de un jurado de acusación estadounidense y la sospechosa caída de su presidente desde las alturas de un rascacielos Newyorkino.
El área de operaciones de nuestra multinacional no se circunscribió únicamente al marco Centroamérica-caribe; en Colombia, después de protagonizar la matanza de sus propios trabajadores en 1928,(3.000 trabajadores se declararon en huelga contra la compañía para pedir mejores condiciones de paga y trabajo)la compañía comienza en los años noventa a forjar alianzas con terroristas-paramilitares de extrema derecha (existen contratos firmados) pagándoles la cantidad de 1 millón de dólares para “obtener protección”, según alegò la compañía al ser investigada por dicha cuestión. Chiquita pago, en 2007, 25 millones de dólares para dirimir la investigación que llevo a cabo el Departamento de Justicia americano sobre dichos pagos.
El órdago fue visto y perdido, ya que la compañía hizo historia, siendo la primera en ser condenada en los EEUU por contratos financieros con una organización terrorista específica.
Para terminar me gustaría citar la frase del abogado de los demandantes sobre la relación de Chiquita y los paramilitares: “tenía que ver con la adquisición de todos los aspectos de la distribución y venta de plátanos mediante un reino del terror.”
Hasta este punto las grandes corporaciones gobiernan a los gobiernos e imponen sus leyes en la dictadura de la moneda, mientras nosotros los humanitos quedamos a su merced, sin voz.
En su corte de Camelot, en la gran mesa cuadrada de la sala del consejo corporativo de Chiquita Banana, los devoradores de humanos criticaban mordazmente al gobierno en Tegucigalpa por haber aumentado el salario mínimo en un 60% en su ultima reforma laboral.
Las nuevas reglas del juego afectaban directamente a los beneficios de Chiquita, ya que la empresa debía hacer frente a unos costes superiores a los que la firma tiene en Costa Rica (20 centavos de dólar más para producir una caja de ananás y diez centavos más para producir una caja de plátanos, para ser exacto). Todo esto se traduce en perdidas millonarias, ya que la compañía produce unas 8 millones de cajas de ananás y 22 millones de cajas de plátanos por año.
El plan de actuación de Chiquita fue la apelación al Consejo Hondureño de Empresa Privada, cuyo presidente, Almícar Bulnes, amenazó con bonitas palabras al gobierno de Zelaya instándolo a abandonar la reforma para que los empresarios del sector privado no se viesen obligados a efectuar recortes laborales, es decir, despidos en masa, y sumir al país en el mas crudo desempleo.
Este consejo (COHEP) agrupa a unas 60 asociaciones empresariales y cámaras de comercio que representarían todos los sectores de la economía hondureña y afirma con total rotundidad en su sitio web: “... brazo político y técnico del sector privado hondureño, apoya los acuerdos de comercio y suministra apoyo crítico para el sistema democrático.” Estos mismos héroes que velan por la integridad y seguridad del sistema democrático aconsejaron a la Comunidad Internacional no imponer sanciones económicas contra el régimen golpista para no empeorar los problemas sociales en Honduras. Para mas INRI, Bulnes expresó su apoyo al “gobierno” de Roberto Micheletti y argumentó que las condiciones políticas no son propicias para la vuelta del presidente Zelaya.
No sorprende en absoluto la injerencia de la empresa Chiquita en la política de los países centroamericanos, como tampoco asombra su alianza con las fuerzas sociales mas retrogradas, fieles a la política neoliberal del imperio. Esta historia caballeros, no es nueva.
Nuestra gran multinacional no siempre ha tenido este praenomen tan gracioso e inofensivo. En sus inicios ( principios del siglo XX) tuvo nombres que quizá suenen mas a los lectores: United Fruit Company – United Brands. Dirigida por “The Banana Man” (Sam Zemurray) la empresa comenzó a dar sus primeros pasos en el negocio de los plátanos a principios del siglo pasado. El señor Zemurray, Aristófanes moderno, se hacia con el control de 263.000 hectáreas, cuarta parte de las tierras cultivables hondureñas, así como carreteras y ferrocarriles. Para saber como la United Fruit expropió suelo hondureño solo tenemos que recurrir a la lacónica frase de su presidente: “En Honduras, una mula cuesta más que un miembro del parlamento”.
En Guatemala, en 1954, la corporación apoyó económica y políticamente el golpe de estado con guión, dirección y producción de los estudios de la CIA. El presidente Jacobo Arbenz, peligroso por sus planteamientos de reforma agraria, fue derrocado; Guatemala desembocaba así en treinta largos años de guerra civil y crisis política.
También bajo el espléndido sol del mar caribe la United Fruit prestaba barcos a exiliados cubanos respaldados por la CIA para derribar la floreciente Revolución cubana en Playa Girón.
Tan solo once años después para celebrar su cambio de rostro (se rebautiza la empresa en 1972: United Brands) colocó en el trono hondureño al general López Arellano. Acto seguido,la Empresa soborna al dictador con unos 2.5 millones de dólares para que reduzca los impuestos sobre la exportación de frutas. Este hecho, denominado “Bananagate”, le costaría a la multinacional la denuncia de un jurado de acusación estadounidense y la sospechosa caída de su presidente desde las alturas de un rascacielos Newyorkino.
El área de operaciones de nuestra multinacional no se circunscribió únicamente al marco Centroamérica-caribe; en Colombia, después de protagonizar la matanza de sus propios trabajadores en 1928,(3.000 trabajadores se declararon en huelga contra la compañía para pedir mejores condiciones de paga y trabajo)la compañía comienza en los años noventa a forjar alianzas con terroristas-paramilitares de extrema derecha (existen contratos firmados) pagándoles la cantidad de 1 millón de dólares para “obtener protección”, según alegò la compañía al ser investigada por dicha cuestión. Chiquita pago, en 2007, 25 millones de dólares para dirimir la investigación que llevo a cabo el Departamento de Justicia americano sobre dichos pagos.
El órdago fue visto y perdido, ya que la compañía hizo historia, siendo la primera en ser condenada en los EEUU por contratos financieros con una organización terrorista específica.
Para terminar me gustaría citar la frase del abogado de los demandantes sobre la relación de Chiquita y los paramilitares: “tenía que ver con la adquisición de todos los aspectos de la distribución y venta de plátanos mediante un reino del terror.”
Hasta este punto las grandes corporaciones gobiernan a los gobiernos e imponen sus leyes en la dictadura de la moneda, mientras nosotros los humanitos quedamos a su merced, sin voz.
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