jueves, 31 de diciembre de 2009

Las causas de la crisis mundial

Gran parte de los análisis que se han realizado de las causas de la crisis se han centrado en la crisis financiera. Y de los miles de trabajos y artículos que han atribuido la crisis actual a la situación financiera, destacan los trabajos de Hyman Minsky, uno de los pocos economistas que predijo el colapso del sistema financiero. De ahí que se le considere como el analista que mejor ha definido la causa de la crisis, centrándola en el comportamiento del capital financiero. Tal como escribió Martin Wolf en el Finantial Times de Septiembre de 2008, “La respuesta a la pregunta del por qué de la crisis, ya la tenemos. Minsky ya nos la dio. Y llevaba razón”. Paul Krugman ha añadido su voz a este reconocimiento en otro artículo en el The New York Times (04.05.09), en el que subraya la necesidad de releer de nuevo el trabajo de Minsky. Se ha desarrollado así una bibliografía larga y extensa sobre las causas de la crisis financiera y cómo ésta ha generado la crisis económica. De ahí la gran cantidad de artículos –tanto en la literatura científica, como en la prensa en general- sobre las consecuencias de la desregulación de los mercados financieros e introducción de nuevos productos de alto riesgo, que originaron la crisis financiera y, como resultado, la crisis económica. La consecuencia de este enfoque ha sido que la mayoría de propuestas para resolver la crisis han tenido como objetivo salir de la crisis financiera mediante ayudas a la banca y medidas (muy moderadas) dirigidas a su regulación, junto con políticas encaminadas a desincentivar los comportamientos especulativos por parte de los gestores bancarios, además de acciones (también muy moderadas) sancionadoras de tales comportamientos, con el objetivo de paliar el enorme descontento general hacia la banca por parte de la población.

El problema de tales intervenciones es que, aunque necesarias muchas de ellas, son insuficientes, porque no es la crisis financiera la que determinó la crisis económica, sino al revés: fue la situación económica la que creó la crisis financiera. De ahí que, aunque se resolviera la crisis financiera, el problema económico de base permanecería. Tom Palley, en su artículo “The limits of Minsky’s Finantial Inestability Hypothesis as an explanation of the crisis” (New American Foundation, Washington D.C. Nov.18, 2009) subraya lo que también otros autores (como Kotz, Foster and McChesney, y otros) han mencionado, y es que Minsky y sus seguidores ignoran la causa de que el capital financiero adquiriera una enorme importancia (tanto en su tamaño como en su poder) a partir de los años setenta y ochenta. En otras palabras, la crisis financiera es el síntoma de un problema mayor, que los trabajos de Minsky y sus seguidores parecen desconocer.

¿Qué pasó antes de que se iniciara la crisis financiera? La respuesta es que las relaciones de poder (y muy primordialmente, las relaciones de poder de clase) cambiaron en aquel periodo. El Pacto Social Capital-Trabajo que había existido después de la II Guerra Mundial se rompió, debido al poder del mundo empresarial de las grandes compañías que en EEUU se conoce como la Corporate Class (la clase empresarial de las grandes compañías). El Pacto Social había posibilitado el elevado crecimiento económico desde 1945 hasta mediados de los años setenta. En el sector industrial, el Pacto daba lugar a convenios colectivos de cinco años, inicialmente firmados por el Sindicato del Automóvil (United Autoworkers Union, UAW) y las tres compañías de automóviles de EEUU, y que se convertían en el punto de referencia para el resto de convenios colectivos en tal sector. En ellos, los salarios estaban ligados a la productividad, de manera que el crecimiento de la última determinaba el crecimiento correspondiente de los salarios. Durante aquel periodo, la riqueza creada por el aumento de la productividad se distribuyó a todos los sectores, beneficiándolos a todos ellos. Desde 1949 a 1979, el incremento de la renta de la decila inferior fue de un 116% y el de la decila superior fue de un 99%.

Esta situación cambió durante la Administración Carter, cuando el Gobernador del Banco Central Estadounidense, el Sr. Paul Wolcker, creó una recesión, aumentando los intereses bancarios, a fin de crear un elevado desempleo y reducir los salarios. El argumento utilizado es que había que reducirlos a fin de controlar la inflación. En realidad, significaba un cambio en las relaciones de poder de clase que dio origen a unas políticas fiscales y económicas que claramente beneficiaron a las rentas de capital y a las rentas superiores. Fue el fin del Pacto Social, y ello determinó que a partir de entonces los crecimientos de la productividad no se tradujeran en un crecimiento paralelo de los salarios. La riqueza creada por el aumento de la productividad pasó a beneficiar primordialmente a las rentas del capital y a las rentas superiores. Del periodo 1970 a 2005, el 5% de la población de renta superior incrementó su renta un 81%, el 20% de la población de renta superior un 53%, mientras que las rentas medias e inferiores vieron disminuir sus rentas (el 20% de la población con menor renta vio descender su renta un 1%) o la vieron crecer muy lentamente (el siguiente 20% por encima del anterior 20% vio crecer sus rentas un 9%). Y ello fue consecuencia de que los salarios descendieran o se estancaran durante aquel periodo, tal como han documentado los informes The State of Working America del Economic Policy Institute. Es este descenso el que determinó el gran endeudamiento de las familias, que originó el enorme crecimiento de la banca. La financialización de la economía (es decir, la gran extensión del sector financiero en la economía) se explica precisamente por el gran endeudamiento de la población, endeudamiento que era posible por el elevado precio de la vivienda, el mayor aval de tal endeudamiento. La práctica agresiva de promoción del endeudamiento por parte de la Banca llegó también al fenómeno de las hipotecas basura que se supone que son el origen de la crisis financiera.

Por otra parte, la escasa demanda hizo disminuir el crecimiento económico, lo que forzó al Banco Central del gobierno federal a bajar los intereses, facilitando la aparición de las sucesivas burbujas, siendo la última la burbuja hipotecaria. De nuevo, la crisis financiera se originaba por la escasa demanda, resultado del descenso de las rentas del trabajo. De ahí que, a no ser que se resuelva el enorme endeudamiento de las familias, recuperando las rentas del trabajo existentes antes de la rotura del Pacto Social, no se resolverá la crisis. De ahí se deriva el hecho de que, aún cuando se hayan evitado los colapsos de la gran banca, la crisis no se está resolviendo, pues el problema de fondo no se está resolviendo. La escasa capacidad de consumo por parte de la población se traduce en un problema de demanda de dimensiones enormes y que no se puede resolver sin solucionarse el enorme problema del endeudamiento privado. La única manera inmediata de resolver esta situación es aumentando la demanda pública a costa, en parte, de un elevado endeudamiento público. De ahí la necesidad de mantener un elevado déficit público. Reducirlo es retrasar todavía más la recuperación económica y la creación de empleo. Tal como he indicado repetidamente, el estado debiera mantener un déficit elevado, a fin de permitir una inversión sobre todo en empleo público, que permita no sólo resolver el enorme problema de falta de creación de empleo sino también solucionar el retraso en la recuperación económica.

Vemos que, por desgracia, la Unión Europea está todavía estancada en el pensamiento liberal, que toma el Pacto de Estabilidad como su dogma, Pacto que ha sido responsable de que la Unión Europea haya crecido menos y haya creado menos empleo que EE.UU. donde tal Pacto ni existe ni se espera.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Que haya ricos, ¿no es un derecho de los pobres? (Santiago Alba Rico)

En alguna ocasión he escrito que en el mundo sólo existen tres clases de bienes: universales, generales y colectivos.

Los bienes universales son aquellos de los que nos basta que haya un ejemplar o un ejemplo para que nos sintamos universalmente tranquilos. Son las cosas que están ahí, y que no hace falta coger con la mano o poseer de manera individual: hay sol y hay luna, hay estrellas, hay mar, hay un Machupichu y un Everest, hay un Taj Mahal y una Capilla Sixtina, un Che Guevara y un San Francisco, hay García Lorca y José Martí y García Márquez y Silvio Rodríguez y Cintio Vitier.

Los bienes generales son aquéllos, en cambio, que es necesario generalizar para que la humanidad esté completa. No basta con que haya pan en el palacio del príncipe o que haya una casa en el jardín del conde; esas son las cosas que deben estar aquí, que todos debemos coger con la mano o disfrutar personalmente: tenemos comida, vivienda, agua, medicinas y si no las tenemos es porque algo no marcha bien en este mundo. No es una injusticia que haya un único sol en el cielo o un único Guernica de Picasso, pero sí que no haya suficiente pan para todos.

Por fin, los bienes colectivos son aquéllos de cuyas ventajas debemos disfrutar todos por igual, pero que no se pueden generalizar sin poner en peligro la existencia de los bienes generales y de los bienes universales. Son aquellos bienes, en definitiva, que es necesario compartir. Están, por ejemplo, los medios de producción, que no se pueden privatizar sin que ello deje sin bienes generales (pan, vivienda, salud) a millones de seres humanos. Y están también algunos objetos de consumo, cuya generalización pondría en peligro el bien universal por excelencia, fuente y garantía de todos los otros bienes: la Tierra misma. Todos debemos tener pan y vivienda, pero si todos tuviéramos -por ejemplo- coche, la supervivencia de la especie sería imposible. El motor de explosión, por tanto, no es un bien general, del que cada uno de nosotros pueda tener un ejemplar, sino un bien colectivo cuyo uso habrá que compartir y racionalizar.

A lo largo de la historia, distintas clases sociales se han apropiado los bienes generales y los bienes colectivos, y en esto el capitalismo no se distingue de sociedades anteriores. Más inquietante es lo que el capitalismo ha hecho, o está en proceso de hacer, con los bienes universales. No me refiero sólo a la colonización del espacio, la privatización de las ondas, las semillas y los colores o la desaparición de especies, montañas y selvas. Me refiero, sobre todo, a la desvalorización mental que han sufrido los “universales” bajo la corrosión antropológica del mercado. Lo normal es complacerse en la visión de las estrellas; lo normal es complacerse contemplando el suave balanceo de la nieve; lo normal es complacerse con la lectura del Canto General de Neruda. ¿O no? En 1895, Cecil Rhodes, imperialista inglés, empresario y fundador de la compañía De Beers (dueña del 60% de los diamantes del mundo), contemplaba enrabietado los astros desde su ventana, “tan claros y tan distantes”, tan lejos de ese apetito imperial que “quería y no podía anexionárselos”. A más pequeña escala, un presentador de la televisión española lamentaba en 2005 que no hubiese que pagar por contemplar la nieve que cubría los campos y ciudades de España, tan blanca y tan hermosa, degradada en su prestigio por el hecho de ofrecerse indiscriminadamente a la mirada de todos por igual. Y a más pequeña escala aún, conocí un poeta que no podía leer los versos de Neruda sin enfurecerse: “¡Tendría que haberlos escrito yo!”. Es cosa de niños querer la Luna y de madres corruptoras prometérsela. El capitalismo es un destructivo infantilismo. Aisla el rasgo pueril de un niño maleducado y lo generaliza, lo normaliza, lo recompensa socialmente. Lo que está ahí, lo que no podemos coger con las manos, lo que es por eso mismo de todos, nos empobrece, nos entristece y no vale nada.

¿Qué queda de los bienes universales? Quedan los ricos. Los ricos son de todos. Lo que más nos gusta del capitalismo no es que produzca coches y aviones y hoteles y máquinas: es que produce ricos. Las orgías babilónicas de Berlusconi, las pensiones millonarias de los banqueros españoles en medio de la crisis, el lujo hortera de los políticos corruptos de Valencia y de Madrid, no son manchas o pecados del capitalismo: son pura publicidad. La lista de los hombres más ricos del mundo elaborada por la revista Forbes no es más que bárbara ostentación propagandística que genera mucha más adhesión al sistema que el desigual acceso a mercancías baratas y banales. ¿Tiene algo de extraño que las mujeres latinoamericanas, preguntadas por su “marido ideal”, se lo imaginen estadounidense, rubio, de ojos claros, altísimo, cirujano o empresario y, por supuesto, millonario? ¿O que en la nueva China el padre con el que sueñan las madres jóvenes sea Bill Gates? ¿O que en la lista de los diez personajes más admirados por los machos estadounidenses no haya un solo escritor o científico, casi todos sean ejecutivos o propietarios de empresas y todos inmensamente ricos? ¿O que la revista de más tirada de España -con casi 700.000 ejemplares- sea el Hola ? ¿O que los más famosos culebrones y telenovelas de la TV, seguidos por millones de espectadores, consistan en tratados de antropología de las clases altas (sus hábitos, sus problemas, sus placeres)?

Si los pobres no pueden compartir la riqueza, pueden al menos compartir sus ricos. Si no pueden consumir riqueza, pueden consumir vidas de ricos. Bill Gates, Carlos Slim, Warren Buffet, Amancio Ortega son la Luna y el Machupichu y la Capilla Sixtina y el Taj Mahal del capitalismo. Son el Sol y la Nieve y el Canto General del mercado globalizado. Puede que sean los responsables de que el mundo se venga abajo, pero son también los artífices de este milagro: el de que estemos muy contentos y todo nos parezca bien mientras nos desplomamos.

¿Quién quiere igualdad? La desigualdad, ¿no es un derecho de los pobres? Que haya millonarios, ¿no es un derecho de los mileuristas y los parados? ¿No debemos defender, armas en mano, nuestro derecho a que otros sean ricos? ¿No debemos agradecerles sus despilfarros? ¿No debemos al menos votar por ellos?

Ese es el modelo que tratan de imponer EEUU y Europa al resto del mundo. No el derecho a que haya estrellas y Machupichu y cataratas de Iguazú y 9ª Sinfonía de Beethoven sino a que haya ricos; no el derecho a pan y casa y zapatos sino a saber quiénes son y cómo viven los millonarios.

¿Revolución? El Pan y la Luna.

(A sabiendas de que “pan”, en el diccionario socialista, quiere decir también leche y ropa y casa y hospitales y transportes públicos; y “luna” quiere decir también mar y música y verdades y soberanía política).




Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.

lunes, 26 de octubre de 2009

El Mito de la Guerra Buena. (Jaques R. Pauwels)

Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar en Estados Unidos una intensa lucha de clases entre los trabajadores y el capital y esta es una parte importante de la historia de América en el conflicto. Esta lucha de clases se desarrolló en el frente interno americano y sus escaramuzas y batallas consistieron en mil y una huelgas, pequeñas y grandes. Pero en esta guerra no se enfrentaban americanos "buenos" contra alemanes y japoneses "malos", sino que adquirió la forma de una guerra civil social entre los propios americanos. De este conflicto no saldrían claros vencedores o vencidos, ni terminó con ningún armisticio. Extraña un poco que Hollywood nunca haya dedicado una película o que el país no haya erigido alún monumento a la memoria de este dramático e importante conflicto, que fue doloroso y que aún pervive. Igualmente es común y frecuente que la mayoría de los textos de historia de la guerra prefieran limitarse a contar las batallas que se libraron en lejanos lugares [...].

La Élite de Poder de América aprendió dos lecciones importantes durante la guerra. La primera, que la explosión económica de los años cuarenta podía suponer elevados beneficios, pero también un virtual pleno empleo, y esto daba al mundo laboral ventaja en sus relaciones con el capital, elevaba las demandas de los trabajadores, reforzaba la posición de los sindicatos durante la negociación colectiva y convertía la huelga en un arma extremadamente efectiva en manos de los empleados. Desde entonces, los patronos de América y del resto del mundo habían descubierto una fórmula infinitamente más ventajosa para ellos, que era mantener una casi permanente crisis económica que, bien manejada, combinara los elevados beneficios con los altos niveles de desempleo, o con contratos a tiempo parcial y/o de corto plazo, pobremente remunerados. En tales situaciones el poder de negociación está solamente del lado de los patronos, los sindicatos pierden influencia, la huelga no se contempla y los trabajadores pueden considerarse afortunados si son capaces de encontrar durante unos meses un trabajo a tiempo parcial, volteando hamburguesas, por suspuesto con un salario mínimo y sin ningún beneficio social. [...]

A causa de su experiencia durante la guerra, las élites económicas no son partidarias de los elevados niveles de empleo. Esto se refleja en el comportamiento de los inversores americanos (y del resto del mundo) de hoy: cuando el nivel de desempleo decrece se ponen nerviosos y en Wall Street las cotizaciones bajan; por el contrario, el termómetro del Dow Jones tiende a subir cuando el nivel de desempleo aumenta, porque esto último es más ventajoso para los negocios. (Un razonamiento que se cita con frecuencia es que el empleo creciente crea presión para elevar los salarios. Algo que se supone que es perjudicial para "la economía" porque es "inflacionario"; por otro lado los elevados beneficios nunca se perciben como "inflacionarios"). A la vista de esto puede comprenderse que el gobierno americano, cuya primera razón de ser es defender los intereses de los empresarios, haga que apoya el pleno empleo como un ideal teórico, pero nunca apoye este ideal como práctica política.

En esta generalmente ignorada lucha de clases que sacudió el frente interno norteamericano en los años cuarenta, la Élite de Poder aprendió otra lección trascendental: que la huelga y otras acciones colectivas constituían el arma más efectiva disponible para los trabajadores. Precisamente por esto las películas de Hollywood sugieren una y otra vez que los problemas se resuelven mejor mediante heroicas acciones individuales, en contraste con la supuesta apatía e ineficacia de las masas; en las llamadas "películas de acción" todo se centra siempre en acciones individuales, nunca en accines colectivas. De esta forma se busca ir minando, entre los que podrían beneficiarse de ello, el interés y la confianza en las acciones colectivas, que causaron fuertes dolores de cabeza a la Elite del Poder durante la guerra.

También se lanzó una ofensiva contra la acción colectiva a nivel intelectual. En un influyente libro publicado por la prestigiosa editorial de la Universidad de Harvard en 1965, el economista Mancur Olson asocia la acción colectiva de los sindicatos con la coacción y la violencia, refiriéndose especialmente al crecimiento de los sindicatos y al éxito de las huelgas y otras formas de acción colectiva durante la Segunda Guerra Mundial. El libro de Olson continúa estudiándose hoy día en las universidades americanas y es un texto recomendado en os cursos de administración de empresas, de ciencias políticas y de teorías de la organización. [...]




Extraído de "El mito de la guerra buena. EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial", de Jacques R. Pauwels.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Historia de una multinacional.

Cuando hace unos meses se derroco militarmente (golpe de estado) al presidente electo Manuel Zelaya, en los altos rascacielos de Cincinatti los buitres sonreían y respiraban mejor, ya que la situación en Tegucigalpa les ahogaba el negocio.

En su corte de Camelot, en la gran mesa cuadrada de la sala del consejo corporativo de Chiquita Banana, los devoradores de humanos criticaban mordazmente al gobierno en Tegucigalpa por haber aumentado el salario mínimo en un 60% en su ultima reforma laboral.

Las nuevas reglas del juego afectaban directamente a los beneficios de Chiquita, ya que la empresa debía hacer frente a unos costes superiores a los que la firma tiene en Costa Rica (20 centavos de dólar más para producir una caja de ananás y diez centavos más para producir una caja de plátanos, para ser exacto). Todo esto se traduce en perdidas millonarias, ya que la compañía produce unas 8 millones de cajas de ananás y 22 millones de cajas de plátanos por año.

El plan de actuación de Chiquita fue la apelación al Consejo Hondureño de Empresa Privada, cuyo presidente, Almícar Bulnes, amenazó con bonitas palabras al gobierno de Zelaya instándolo a abandonar la reforma para que los empresarios del sector privado no se viesen obligados a efectuar recortes laborales, es decir, despidos en masa, y sumir al país en el mas crudo desempleo.

Este consejo (COHEP) agrupa a unas 60 asociaciones empresariales y cámaras de comercio que representarían todos los sectores de la economía hondureña y afirma con total rotundidad en su sitio web: “... brazo político y técnico del sector privado hondureño, apoya los acuerdos de comercio y suministra apoyo crítico para el sistema democrático.” Estos mismos héroes que velan por la integridad y seguridad del sistema democrático aconsejaron a la Comunidad Internacional no imponer sanciones económicas contra el régimen golpista para no empeorar los problemas sociales en Honduras. Para mas INRI, Bulnes expresó su apoyo al “gobierno” de Roberto Micheletti y argumentó que las condiciones políticas no son propicias para la vuelta del presidente Zelaya.

No sorprende en absoluto la injerencia de la empresa Chiquita en la política de los países centroamericanos, como tampoco asombra su alianza con las fuerzas sociales mas retrogradas, fieles a la política neoliberal del imperio. Esta historia caballeros, no es nueva.


Nuestra gran multinacional no siempre ha tenido este praenomen tan gracioso e inofensivo. En sus inicios ( principios del siglo XX) tuvo nombres que quizá suenen mas a los lectores: United Fruit Company – United Brands. Dirigida por “The Banana Man” (Sam Zemurray) la empresa comenzó a dar sus primeros pasos en el negocio de los plátanos a principios del siglo pasado. El señor Zemurray, Aristófanes moderno, se hacia con el control de 263.000 hectáreas, cuarta parte de las tierras cultivables hondureñas, así como carreteras y ferrocarriles. Para saber como la United Fruit expropió suelo hondureño solo tenemos que recurrir a la lacónica frase de su presidente: “En Honduras, una mula cuesta más que un miembro del parlamento”.

En Guatemala, en 1954, la corporación apoyó económica y políticamente el golpe de estado con guión, dirección y producción de los estudios de la CIA. El presidente Jacobo Arbenz, peligroso por sus planteamientos de reforma agraria, fue derrocado; Guatemala desembocaba así en treinta largos años de guerra civil y crisis política.

También bajo el espléndido sol del mar caribe la United Fruit prestaba barcos a exiliados cubanos respaldados por la CIA para derribar la floreciente Revolución cubana en Playa Girón.

Tan solo once años después para celebrar su cambio de rostro (se rebautiza la empresa en 1972: United Brands) colocó en el trono hondureño al general López Arellano. Acto seguido,la Empresa soborna al dictador con unos 2.5 millones de dólares para que reduzca los impuestos sobre la exportación de frutas. Este hecho, denominado “Bananagate”, le costaría a la multinacional la denuncia de un jurado de acusación estadounidense y la sospechosa caída de su presidente desde las alturas de un rascacielos Newyorkino.

El área de operaciones de nuestra multinacional no se circunscribió únicamente al marco Centroamérica-caribe; en Colombia, después de protagonizar la matanza de sus propios trabajadores en 1928,(3.000 trabajadores se declararon en huelga contra la compañía para pedir mejores condiciones de paga y trabajo)la compañía comienza en los años noventa a forjar alianzas con terroristas-paramilitares de extrema derecha (existen contratos firmados) pagándoles la cantidad de 1 millón de dólares para “obtener protección”, según alegò la compañía al ser investigada por dicha cuestión. Chiquita pago, en 2007, 25 millones de dólares para dirimir la investigación que llevo a cabo el Departamento de Justicia americano sobre dichos pagos.
El órdago fue visto y perdido, ya que la compañía hizo historia, siendo la primera en ser condenada en los EEUU por contratos financieros con una organización terrorista específica.
Para terminar me gustaría citar la frase del abogado de los demandantes sobre la relación de Chiquita y los paramilitares: “tenía que ver con la adquisición de todos los aspectos de la distribución y venta de plátanos mediante un reino del terror.”

Hasta este punto las grandes corporaciones gobiernan a los gobiernos e imponen sus leyes en la dictadura de la moneda, mientras nosotros los humanitos quedamos a su merced, sin voz.